Siempre estaba presente la voz de mi
madre diciéndome: “no abras esa puerta, solo hay trastos viejos que en algún momento debemos tirar a
la basura, por ahora no hay tiempo”. Y yo obedecía sin resistencia, en cada
rincón de mi cuarto, cartones, libros y por otro lado la tablet y los juegos
electrónicos. Realmente era muy desordenado. Lo mío era acumular cosas
inservibles y todo tipo de chucherías que me daban un motivo para desarrollar
mi ingenio.
Pensaba que algún día llegaría a ser un
famoso ingeniero que diseñaría el barco más sofisticado del planeta, y en él
navegaría hasta el infinito. Sí, hasta
el infinito para descifrar lo
desconocido, porque cada mañana me preguntaba y no podía comprender la angustia encubierta de mi
madre, los continuos viajes de mi padre, las ausencias de amor o de los exagerados abrazos, como tampoco los regalos
de todo lo que se me ocurría.
¿No estaría la respuesta detrás de esa
puerta que nunca me permitían abrir? Sentía el olor a humedad cuando acercaba mi nariz al diminuto agujero
de la llave, que nunca pude encontrar. A
veces me tiraba al suelo y acercaba mi oído para intentar rescatar sonidos.
Todo era silencio.. Entonces imitaba una fuerte carcajada y salía corriendo resbalando
por el suelo brilloso del interminable pasillo hasta llegar al luminoso salón,
donde mi madre me regañaba enfadada.
Por las noches charlando con ella le
contaba mi sueño de poder ser un marino y llegar a tener mi propio
barco. A ella se le iluminaban los ojos y le brotaban las lágrimas, en
su rostro se reflejaba un dolor que no podía disimular. Yo cambiaba de tema pues
me daba cuenta que no le agradaba la idea. Era tierna pero a veces demostraba
una dureza que yo no entendía.
Esa tarde el jardinero anunció una
fuerte tormenta, por lo que cerraron puertas
y ventanas con cerrojo. Mi madre se retiró a su dormitorio, antes me besó la
frente y me dijo que no me asustara. Me acosté un poco intranquilo y cuando
estaba por fin por conciliar el sueño entre relámpagos
y truenos, escuché un ruido muy fuerte.
Salí de mi habitación y fue grande mi sorpresa, la puerta prohibida estaba
abierta,tal vez el viento había logrado derribarla, no lo sabía..
Miré todo con gran curiosidad y quedé perplejo.
Dentro había una cuna intacta, cuadros de
barcos, mapas con rutas, sobre las paredes réplicas de lanchas, barcos y
barcazas de diferentes tamaños. Sobre un costado, una alfombra celeste y una
cama tendida y cubierta con un acolchado
con dibujos de tiburones. El ruido del viento y lo que tenía ante mis ojos hizo
que todo se moviera. Me asusté y di un grito.
Mi madre vino a mi encuentro, me abrazó
y dijo:”Hijo tuviste un hermano tan bello como tú y el mar me lo arrebató y
desde entonces guardo las pertenencias que eran su pasión. Tenía quince años
como tú ahora y tus mismos sueños. Por eso no quiero que corras su misma
suerte, no lo soportaría” Yo bajé la vista,luego la abracé con fuerza y le
hablé del destino. De todas maneras decidí desde mi corazón desistir por el momento
de lo que me impulsaba desde adentro.
El tiempo pasó, tengo treinta años, mi
madre ya no está, pero escucho la voz de mi hermano que me invita a navegar. Estoy
preparado para el desafío.
Dios estará esta vez de mi lado y si no
es así, él me esperará del otro lado del horizonte. Mi destino me aguarda.